¿Qué sucede en la enfermería? [libre]

D'Eon no despertó bien esa mañana, durmió muy mal en la noche. Por más que intentó conciliar el sueño, no lo logró con eficacia. Al mirarse al espejo, por primera vez se reflejó su imagen con expresión ojerosa, desanimada y colmada por el cansancio.

No estaba en condiciones de asistir las clases, así que se dirigió a la enfermería. Allí le darían alguna pastilla para dormir y podría descansar tranquilamente. Sentía una pesada fatiga, tanto en su cuerpo como en la mente.

Sin embargo, al llegar no vio a nadie, el recinto de la enfermería parecía estar vacío. Sin saber qué hacer, él permaneció parado cerca de la puerta. Acordándose que tampoco había vislumbrado a los guardias por los pasillos.

¿Un ensayo rutinario? Aunque no recordaba nada sobre que se desarrollara algún evento o celebración ese día. Entonces, ¿qué estaba sucediendo?

¿Qué diablos hago aquí, a estas horas de la mañana? ¡Debería estar dando clases! Parecía que su parte inocente y de buena estudiante volvía a tomar posesión de ella, pero después comenzó a recordar el por qué estaba ahí. Los dolores de cabeza que habían comenzado en un pasillo, parecían que se iban pasando. Quizás simplemente se tratase de una tontería, simple estrés por sus estudios. Pero había siempre una Hipatia que se preocupaba por su salud y no paraba de preguntarse si sería algo grave o una simple tontería.
Es decir, en su cabeza se mostraba una discusión entre la Hipatia estudiante y la Hipatia hipocondríaca.

Finalmente, respiró hondo y decidió que lo mejor sería recibir alguna especie de receta o algo. El dolor de cabeza había sido aún más grande y nada más comenzar la clase los profesores lo habían notado. No estaba en condiciones de ser un buen clon si se encontraba indispuesta para las clases, por lo que tuvo que marcharse de inmediato a la enfermería. Alguna pastilla podría ayudarle.

Se llevó una sorpresa al encontrarse a Charles. Era fácil reconocerle, una persona tan pintoresca...

Se acercó a él y a la enfermería.

—Buenas—saludó, con una sonrisa pero sin alzar demasiado la voz debido a la jaqueca. Su rostro estaba algo pálido y enfermizo, aunque ella nunca lo notaba.

Se preguntó por qué Charles estaba parado ahí. Y justo cuando se asomó para preguntar si alguien podía atenderle, se encontró todo completamente desierto. Alzó la cabeza y miró por unos instantes al rubio.

—¿Qué ha ocurrido? No hay nadie.

—No lo sé, acabo de llegar —se excusó.

Caminó hasta el despacho del médico encargado, pero la oficina estaba cerrada con llave. Se giró hacia Hipatia, la conocía pero nunca habían intercambiado palabras, ambos estaban en segundo y solían coincidir en el club de esgrima. La muchacha se destacaba a simple vista por la heterocromía total que poseía, un ojo era de diferente color al otro (lo había leído luego de verla, aquella singularidad le despertó una inmediata curiosidad).

—¿Tienes idea que puede estar ocurriendo? —preguntó—, ¿hoy había algún evento o acto?

Pero entonces vislumbró por el rabillo del ojo a la estantería donde solían guardar los medicamentos con el vidrio entornado. Se acercó, dudando si buscaba las píldoras que necesitaba para dormir relajadamente o solamente abandonaba el recinto.

Observó a Hipatia, indeciso. Tras señalarle los montículos de cajas que había en la estantería, le habló:

—¿Qué hacemos? —esperaba lo guiara, su personalidad evitaba que tomara la iniciativa.

Al parecer, Charles tampoco sabía qué estaba ocurriendo. Arqueó una ceja con suavidad, mientras ladeaba la cabeza. Era muy extraño que incluso no hubiese nadie en un lugar como ese. Una urgencia podría ocurrir en cualquier momento. Aunque claro, su repentino dolor de cabeza y lo que le ocurriese a Charles no parecían asuntos urgentes... Pero en su opinión lo veía como una negligencia.

—Pues que yo recuerde no había nada que hacer hoy... Puede que se hayan reunidos todos los del centro para hablar de... ¿algo? Me parece extraño haber dejado la enfermería sin nadie al cargo.

Se cruzó de brazos, dando a entender su disconformidad. Charles había caminado hasta el despacho del médico encargado, pero no había nadie. Pudo comprobarlo cuando se dispuso a seguirle, dejando de lado todos sus anteriores pensamientos y dando paso a la curiosidad. Podría ponerse a curiosear entre las cosas, mirar documentos y también medicamentos que resultasen interesante. Sin embargo, la voz de su compañero le hizo bajar de las nubes y poner los pies en el suelo.

Señalaba unas cuantas cajas. Seguramente allí podría encontrar unas pastillas para la jaqueca. Le resultó extraño que le preguntase a ella, pero a la vez le llenó de orgullo por una extraña razón.

—Bueno, no creo que pasará nada si cogemos unas pastillas, ¿no? Tampoco creo que nos vayan a matar—suspiró, mientras sonreía—. Este dolor de cabeza me está matando.

Se apresuró a dirigirse hacia la estantería, donde se encontraban todas cajas. Con cuidado de no romper lo que había ahí, la abrió. Encontró unos cuantos frascos etiquetados. Cogió uno de ellos.

—No sé lo que pone—forzó la vista—. La tinta está borrosa y la letra es pequeña. Pero seguro que no es lo que busco.

Se acercó a su lado, algo preocupado por el dolor que había manifestado la muchacha, el cual
seguramente impedía que leyese bien la letra pequeña de los frascos. Tomando con delicadeza el medicamento de sus manos, comprobó que Hipatia no se equivocaba, aquel era un jarabe para el dolor de garganta.

—Te ayudaré —dijo.

Dejó el frasco y comenzó a buscar. ¡Qué bien vendría un clon de algún famoso medico o farmacéutico en aquellos momentos! Él prácticamente no había leído nada sobre medicina o bioquímica, lo más cercano eran los polvorientos libros de alquimia que ojeó en alguna ocasión en la biblioteca.

La jaqueca era una dolencia relativamente frecuente, así que los medicamentos que la tratasen no deberían estar muy escondidos. De pronto, un penetrante y hediondo olor llegó a su nariz
obligando a abandonar su búsqueda.

Sintió nauseas, era un fragancia infernal que revolvió sus vísceras, causándole una sonora arcada
mientras buscaba con su mirada la fuente de aquella pestilencia. Encontró algunos frascos rotos que habían estado cubiertos por un cubo de plástico, y él al moverlos, permitió que el fétido tufo se liberara. Antes que fuera demasiado tarde, cerró de golpe las vitrinas para evitar que el podrido olor se extendiera por la habitación.

Sus rodillas cedieron y cayó en el suelo, quizás ese era el motivo del porqué la enfermería estaba vacía, probablemente habían desalojado el lugar. Sin embargo, era muy tarde para D'Eon, con su mente trastornada y su estómago revuelto, no pudo aguantar y se desmayó.

Sonrió ante el ofrecimiento de Chevalier, agradecida. Dado a que el chico había dejado de lado el frasco, supuso que no le iba a servir para nada. Aún seguía preguntándose la razón por la que no había nadie en la enfermería. No había ningún evento ni ninguna reunión, al menos que ella recordase. El caso es que le resultaba extraño de que ni siquiera estuviera por ahí un ayudante para encargarse de los alumnos que necesitasen la enfermería con urgencia. Mostraba desagrado ante aquella negligencia, pero mantuvo su opinión para sí misma mientras buscaba con Charles el frasco. La vista comenzaba a fallarle y tuvo que sacudir la cabeza para reaccionar, cosa que aumentó su dolor de cabeza.

Aquella arcada sonora que venía de su compañero le hizo alzar la cabeza y detener la búsqueda, preocupada por él. Quizás estuviese en un estado peor que el suyo, aunque antes de entrar en la enfermería no parecía estar tan mal. Comenzó a compadecerse de él. Justo cuando fue a acercarse, un fuerte olor llegó a su nariz. Era una horrible pestilencia, pero le hizo abrir bien los sentidos.

—¿Charles...? ¿Estás b...?—ni siquiera terminar la frase, el rubio había caído de rodillas al suelo, perdiendo la conciencia—¡Charles!

Olvidó por un momento su malestar, tratando de despertarle. Sin embargo, por muchos toques que le diese, sabía que iba a estar así un rato. Intentó levantarlo, aunque lo que realmente hizo fue medio arrastrar su cuerpo hasta un lugar lejos de ahí. Había visto unos frascos rotos y no sabía de dónde venía aquella peste, pero no quería quedarse ahí para averiguarlo. Tenía que llevar a Charles a un lugar más ventilado que aquel sitio cerrado.

Lo dejó en la entrada, justo donde habían estado los dos esperando a que algún encargado los ayudase. No sabía que hacer cuando una persona se desmayaba. Lo más lógico sería llevarlo a enfermería... De no ser porque los dos estaban allí y nadie podía atenderlos. Soltó un suspiro y finalmente lo tumbó con delicadeza en el suelo, para luego sacar de su cartera una pequeña libreta. Con ella empezó a abanicarle.

La habitación comenzó a difuminarse hasta quedar una profunda oscuridad. La miasma del averno lo había sometido, dejándolo completamente vulnerable. Irradiado por aquel vapor tóxico, el muchacho se sumergió en las tinieblas de su mente, donde las dudas que poseía carcomían su corazón.

¿Cuándo comenzó a no poder dormir?, obligándolo a dar caminatas nocturnas por los jardines para intentar serenarse. Practicar esgrima mantenía su mente ocupada, y escuchar música clásica relajaba su alma… Pero, ¿los clones tenían realmente un alma? ¿Acaso en él habitaba el alma de Charles de Beaumont?, ¿o simplemente era una réplica, algo con la apariencia externa del espía francés?

¿Qué era en verdad?, hasta donde sabía solamente era un cuerpo masculino con deficiencias hormonales, las cuales causaban que su apariencia no correspondiera a la de su género. Un cuerpo que cargaba con una anomalía, un descuido de cálculos cometido por la naturaleza…


Lentamente sus ojos comenzaron a abrirse, pudo sentir como una agradable brisa soplaba en su agobiado y sudoroso rostro. La intensidad del brillo le irritó levemente la vista, y pestañando algunas veces, empezó a ver la forma de los objetos que rodeaban su cuerpo. Entonces vislumbró dos piedras, una azul y otra verde. Atraído por ellos, estiró su mano y entonces sintió calidez en sus palmas, sus dedos habían hecho contacto con una mejilla. El rostro preocupado de una muchacha surgió de la luz que estorbaba su correcta visión.

—¿Eres un ángel? —preguntó, delirando—. ¿Vienes a confortar mi alma?

Trató de abanicar con más insistencia. No tenía ni ganas de mirar el reloj, lo más importante en aquellos momentos era el estado de Chevalier. Por esa razón había perdido la noción del tiempo. Perfectamente podría haber estado inconsciente simplemente dos minutos o menos. A Hipatia le parecía una hora interminable. Su corazón latía con fuerza y respiraba con nerviosismo. El simple hecho de pensar que su compañero podría estar en una urgencia le ponía aún más intranquila. Era cierto que apenas había compartido palabras, pero estaba en su forma de ser el preocuparse por los demás.

Parecía que iba recuperándose un poco. Su piel ya no parecía tan mortal como momentos atrás, cuando había localizado aquellas botellas rotas. Pudo ver como es que sus ojos se abrían y pestañeabas. Eso significaba que volvía a mantener la conciencia. Solamente se había desmayado, aunque aún era demasiado pronto como para cantar victoria. Al menos, consiguió que Hipatia se calmase un poco.

—¿U-un ángel?—¿cómo podrían pensar que ella era uno de esos seres celestiales? Aún le costaba hablar debido a la preocupación y los nervios. Sus reacciones parecían algo lentas y casi inexistentes.

Sus palabras habían conseguido calmarla un poco, junto al gesto de colocar una mano en su mejilla. Eso le informaba de que al meno podía reaccionar y que no estaba tan mal como esperaba. Aunque... Ahora que lo pensaba, eso de preguntar si era un ángel que iba a confortar no era de estar demasiado bien. A pesar de que hubiese comprobado de que no había muerto ni nada de eso, su corazón seguía latiendo a una velocidad de vértigo.

—No vengo a nada de eso—sonrió, con alivio, pero a la vez con el ceño fruncido—¿Estás bien?

Recobrando su lucidez, D'Eon se sentó y miró, algo desconcertado, a Hipatia.

—¿Qué sucedió?

Recordaba vagamente que su cuerpo no resistió ante el nauseabundo olor, y al observar a su alrededor buscando respuestas, encontró a la estantería. Instantáneamente reaccionó y trató de moverse.

Con dificultad, se levantó. Debían salir del lugar cuanto antes, no era recomendable que se expusieran más al accidente químico de lo que ya habían hecho, podría resultar muy nocivo para sus cuerpos.

—Salgamos —caminaba apoyándose a la pared, algunos de sus músculos todavía no salían del sopor.

—Te desmayaste.

Respondió, con sencillez. Al fin su preocupación se había marchado al ver que se encontraba casi perfectamente, solo algo desorientado y mareado, como era normal después de haber estado un tiempo inconsciente. El color de su piel iba adquiriendo más color, cosa que vio como una buena señal. Con suerte no habrían cogido nada raro de lo-que-fuese que había en la enfermería. Aunque aquellos frascos vacíos no le daban para nada buena espina. Ahora todo encajaba perfectamente, tanto la ausencia de encargados como el desmayo de D'Éon.

—Tuve que llevarte a un lugar algo más ventilado, lejos de aquella pestilencia—se incorporó, guardando la pequeña libreta de nuevo en la cartera mientras observaba los intentos de Charles al ponerse en pie. Como había podido comprobar, le iba a costar mucho moverse.

Hipatia asintió ante la propuesta de salir de ahí, sin embargo, antes de que pudiese poner réplica; se colocó a su lado de manera que pudiese servirle de apoyo al caminar.

—No te voy a dejar solo en este estado, podrías desmayarte de nuevo—frunció el ceño.

Se apoyó en la muchacha, algo avergonzado por la inutilidad demostrada. Ni siquiera en esa situación podía actuar de forma varonil, de todas formas, agradeció el gesto Hipatia, quien se desenvolvía muy bien ante el contratiempo.

—¿Deberíamos llamar algún profesor? —preguntó dubitativamente, la situación ya debería estar informada, así que quizás no era necesario que ellos lo hicieran—, ¿o salimos hacia algún lugar al aire libre, los jardines o la terraza por ejemplo?

—¿A un profesor? Si han evacuado la enfermería, tendrán que saberlo ya—ladeó la cabeza—. Además, ahora lo más importante es tu estado. Creo que es mejor ir al aire libre para que te mejores un poco y los efectos de aquellas... cosas no nos hagan efecto.

No sabía como denominar a aquellos medicamentos que soltaban aquella pestilencia. Sin embargo, por la reacción que había tenido D'Éon ante ellos, lo más seguro sería mantenerse lo más alejado de ellos. Ante aquel peligro que había detectado, su dolor de cabeza parecía una nimiedad. Se había olvidado por completo de sus pastillas y el por qué había ido a la enfermería: ahora solo se preocupaba de mejorar el estado de Charles.

—El jardín está más cerca—sonrió—. Además, subir las escaleras para llegar a las terrazas sería peligroso.
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[ FDR: Abro tema por allí, ¿ok?

Aquí :3 ]